La conversación con Rocío fue muy enriquecedora. Pese a que me encontraba cansado, sabía que aquella mujer necesitaba hablar con alguien.

    —¿Qué sucede Doña Rocío? ¿Se encuentra usted bien? —le dije, provocando un salto de susto en la mujer que, por reflejo, se peinó los ojos con un dedo.
     —Si mijo, no te preocupes...cosas de la vida no más.
     —Si necesita puedo quedarme unos minutos.
     —No, que va. Es tardísimo, ve a descansar no más.

Creyendo que la charla había terminado y sintiéndome un poco demás, me di media vuelta y continué mi acenso.

     —Creo que mi hijo es homosexual. —me dijo, como si aquella frase fuese un ladrillo.

Me extendió su mano entregándome un teléfono celular. Como protector de pantalla del aparato estaba la foto del muchacho que el día anterior me había encontrado en la entrada del edificio. Era su hijo y sí, era homosexual.

     —Lee el último mensaje. No estoy loca ¿verdad? —suplicó la mujer.
    —El mensaje, no evidencia nada. Podría tratarse de un chica que escribió del celular de su hermano. —dije tratando de consolarla, aunque no mentía.
    —Supongo que tienes razón. No se trata del mensaje, es algo que simplemente sé. Una madre no necesita pruebas. Las madres siempre sabemos. Siempre lo supe.
     —¿Y si fuera verdad? ¿Sería tan grave? —pregunté antes de que Rocío me mirara como si fuese yo un extraterrestre.
     —Claro que lo sería Carlos ¡Por Dios! ¡Es una aberración! Su padre lo matará. Tú no conoces a Ignacio. No es un mal hombre, pero sé que esto jamás lo aceptará.
     —¿Tú lo aceptas?
     —¿Perdón?
     —Que si lo aceptas. Si aceptas que tu hijo sea homosexual.

La mujer agachó la mirada y, luego de algunos segundos, dijo que no pero que podría aprender a vivir con ello, que podría tal vez acostumbrarse, resignarse. Rocío se puso de pie y se encerró en su departamento casi sin despedirse. Podría jurar que sus respuestas a mi última pregunta le habían abierto los ojos lagrimosos. De repente, se había dado cuenta de que no era mejor que su marido, de que aunque ella no lo fuera a matar, el rechazo que sentía por las preferencias sexuales de su hijo, no era poco.

Me resulta interesante ver cómo la moral y las, sin duda muy presentes, creencias religiosas, pueden ser más fuertes que el amor de una madre hacia su hijo. Es aterrador. Seguramente esta noche, Rocío tendrá pesadillas.