Tras dos días de búsqueda, ayer por fin encontré un departamento que me gustara. Está ubicado en el centro de la ciudad y la vista es preciosa. El nombre del edificio es Perla del Pacífico. La dueña, una señora bastante amable de aproximadamente 50 años, de complexión gruesa y cabello tinturado, me mostró el lugar y enlistó sus cualidades. Cerramos el trato, quede en traer mis cosas inmediatamente y, antes de salir por la puerta, me dijo que vivía en el piso de abajo por sí necesitaba cualquier cosa.

Sí la hermosa vista es lo mejor de vivir en un catorceavo piso, el tener que subir los muebles hasta allá, es lo peor. Por suerte, no eran muchas las cosas que traía en mi nave. El portero del edificio, un hombre bastante mayor y bastante calvo, no quiso poder ayudarme. Dados sus, al menos, setenta años, me resultó difícil reprochárselo.

Al caer la noche, sin embargo, ya estaba prácticamente instalado. Subía la última de las cajas cuando en el portal me encontré a quien, pensé, debería ser una de las inquilinas. Don Manuel, el portero, que hasta ese momento había permanecido inmóvil y postrado en una silla casi tan maltrecha como él, intentó presentarnos:

     —Carmita, él es...
   —Carlos —inventé, recordando que Yalo no es un nombre popular en este planeta y que Don Manuel no me había preguntado ni cómo me llamaba —Soy el nuevo inquilino del piso catorce.
     —Mucho gusto, yo soy Carmen Delgado, pero todos me llaman Carmita. ¿De dónde eres?
     —¿Perdón? —dije asustado.
     —Que de dónde eres, tienes un acento extraño... ¿Quito, Manabí...?

Más calmado, supe que estaba hablando de ciudades del Ecuador. Improvisé un "soy de todas partes" y me despedí después de aceptar un café "alguno de estos días".

Creo que debo inventarme una vida. Una historia.